Preludio de estancamiento. La locomotora alemana no es infalible, y cada vez resulta más evidente este aspecto. La notable caída del consumo en la periferia continental y la mermada economía norteamericana van deteriorando, poco a poco, la más que positiva balanza comercial de la primera potencia europea. Si hasta no hace demasiado se sentían invulnerables, demasiado fuertes como para sufrir los envites de la crisis que ahoga al resto de los socios de la Unión, es ahora cuando comienzan a temer una verdadera recesión que les obligaría a tomar medidas sumamente indeseables para la derecha liderada por Angela Merkel.
La sombra del decrecimiento asoma por el Bundestag; sus previsiones de crecimiento parecían erróneas y excesivamente optimistas. Si la economía germana ya registró una caída del PIB del 0,6% en el último trimestre de 2012, ahora se prevé un discreto crecimiento para 2013 que se situaría sobre el 0,4%. Aun siendo cierto que todos los países del entorno han tenido que rebajar sus estimaciones de crecimiento, el caso de Alemania podría convertirse en un lastre en su persistente y inquebrantable énfasis por implantar en Europa una doctrina fundamentada en la reducción del déficit y el pago de la deuda.
Y es en este sentido donde las potencias mediterráneas —Francia, Italia, España— deben asumir sus responsabilidades; desprenderse del miedo a las reprimendas y mostrar un carácter reaccionario ante las políticas impuestas. Recordar a Schäuble, recordar a Merkel, que sin el apoyo del Sur no hay proyecto europeo que valga. Que Alemania no es una isla, que la pérdida de sus apoyos resultaría devastadora para sus intereses comerciales y económicos. Que el momento de los experimentos y las recetas ya pasaron a la historia, que el hundimiento de España acompañaría al desplome de Italia y Francia, víctimas directas de los impulsos pseudocolonialistas del Gobierno alemán. Poner fin a las regañinas e iniciar una senda hacia una Europa más unida, más eficiente y más coherente con sus principios originarios.
La continuidad de los métodos reformistas, notablemente contraproducentes para los países sumergidos en profundas depresiones, no podrá durar eternamente. La voluntad de una nación no debe imponerse al resto. Iniciar una revolución interna antes de que sea tarde para llevarla a cabo. La eurofobia se expande por la región y la desconfianza en las instituciones es cada vez mayor. La teoría de una Alemania con capacidad absoluta para entrometerse en los asuntos internos de sus socios va, progresivamente, introduciéndose en las conciencias de los países deudores, cuyo resentimiento e inquina hacia los países acreedores crece proporcionalmente al descenso de su calidad de vida.
Asumir que la estrategia alemana ha fracasado en los países periféricos. Abortar la misión, reactivar un plan de emergencia. Plantear un nuevo pacto supranacional que albergue la voluntad de todos los países miembros. Solventar la problemática con diálogo, sustituir el cansancio y el desespero por ilusión y prosperidad. Actuar con esmero, sin perder una sola oportunidad más. Obligar al BCE a responder a los intereses ciudadanos, exigir que las instituciones cumplan con su función social y política. Tomar cartas en el asunto, cambiar el rumbo de la Unión. Todavía hay tiempo para ello, a pesar de tres años y medio prodigados con políticas infructuosas e inexactas. En definitiva, resaltar que Europa camina en una sola dirección, y esta no tiene por qué ser la que imponga Alemania. La rebaja de las previsiones de Alemania puede ser el origen del cambio, pero solo si Francia, Italia y España realmente lo desean.
Estudiante de Periodismo en la Universidad Cardenal Herrera-CEU. Sin experiencia pero con vocación. Aficionado del cine, la música, la literatura y el fútbol cuando es auténtico. Será por la inocencia de mi juventud, pero todavía creo en el buen periodismo.