PRESUNTOS INOCENTES

 

 JORGE RAYA

Estudiante de Periodismo en la Universidad Cardenal Herrera-CEU. Sin experiencia pero con vocación. Aficionado del cine, la música, la literatura y el fútbol cuando es auténtico. Será por la inocencia de mi juventud, pero todavía creo en el buen periodismo.

 

Nada es lo que parece. Nada consta. Nada de esto es real. Como si fuera un sueño. O como si fuera una pesadilla. Pero nada de lo noticiado, nada de lo publicado guarda similitud alguna con la realidad. Todos conocen a Bárcenas, pero nadie recuerda si les hacía llegar sobrecitos con dinero o no. O sufren de amnesia, o temen a la verdad. Porque la respuesta es sencilla: o lo hicieron o no lo hicieron. Mientras tanto, la sombra de la sospecha absorbe las miradas del gran público.

Tal es la falta de memoria de tantos altos cargos políticos a la hora de responder sobre presuntos casos de corrupción que, de no ser por la pericia de parte del periodismo nacional, todos y cada uno de ellos caerían en el olvido. Porque todos ellos son inocentes hasta que la justicia demuestre lo contrario. Mientras tanto, sin vergüenza y sin el menor reparo, continúan en sus cargos, más allá de si lo denunciado es cierto o no. Y, de ser sincero, les confieso que esto no me genera indignación, sino lástima. También sonrojo, pero especialmente lástima. Dónde iría la señorita Mato si no pudiera ejercer como funcionaria política, o si no fuera digna de recibir regalos. Todo el mundo tiene derecho a viajar, conocer mundo. Sí, quizá aquello fue excesivo. Ginebra, Dublín, Sevilla, Santiago. Pero, ¿y sus niños? ¿No tienen derecho a tener un cumpleaños decente? Si los niños quieren confeti, tendrán confeti. Tanto como para una final de la Superbowl. Que no les falte de nada, que son el futuro. Y, bueno, quién es ella para juzgar lo que hacía y dejaba de hacer su marido. Quien no haya recibido un Jaguar o un Louis Vuitton por su aniversario que tire la primera piedra.

Sin embargo, más allá de la desdicha de la ministra Ana Mato  —licenciada en Políticas por la Complutense y poco más—, me preocupa el estado moral de Mariano Rajoy. Tantos años a la sombra esperando el momento oportuno para llegar a la Presidencia como para que ahora, por unos 300.000 eurillos de nada, se le juzgue de manera totalmente desaforada. Un Presidente como Mariano, de los de ahora, de los modernos, de los que sacan partido a las últimas tecnologías. Un Presidente ejemplar, de los que se suman al cambio y en vez de responder preguntas, prefieren evitarlas. Ya se sabe, no respondas preguntas cuyas respuestas sean peores que el silencio. Pero la cosa no queda ahí. No me olvido de Santamaría, aunque con el show melodramático que montó el otro día ya debiera tener más que suficiente.

¡Oh, Bárcenas! La que has liado por evadir unos pocos millones de euros. Y por repartir sobres. La generosidad le ha salido cara. Si resulta que en Suiza no sólo hay vacas y relojes, sino también millones bajo tierra. Y de donde hayan salido éstos,  nadie tiene la menor idea. No consta. Y quizá nunca se sepa. Por el momento, fe ciega en nuestra justicia, lenta pero efectiva. Aunque sólo a veces, no siempre. Al fin y al cabo, no sabemos si  los nombres publicados en los últimos días serán culpables o inocentes, reales o imaginarios, de éste o de otro planeta. No queda otra que esperar, investigar y dejar que aquellos que han de solucionar el embrollo lo hagan a su manera. Y sin presiones, que nos conocemos.  Pero, mientras tanto, respeto, que todavía son presuntos inocentes (hasta que la Justicia demuestre lo contrario).

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