JORGE RAYA
Estudiante de Periodismo en la Universidad Cardenal Herrera-CEU. Sin experiencia pero con vocación. Aficionado del cine, la música, la literatura y el fútbol cuando es auténtico. Será por la inocencia de mi juventud, pero todavía creo en el buen periodismo.
Si sigue lloviendo, el dique se romperá, recitaba Robert Plant allá por los setenta. No entraba entre sus pretensiones la de profetizar, pero sí entre las mías la de tomar sus palabras. Y es que este fuerte se viene abajo, y no por las excusas que puedan inventar los políticos de turno. El fuerte se viene abajo porque su estructura jamás fue consistente. Los Bárcenas, los de la Gürtel, los de los EREs o los que se reúnen en gasolineras para Dios sabe qué. Todos ellos se han aprovechado de un sistema político y jurídico débil y vulnerable.
Resulta preocupante que algunos de ellos sean ladronzuelos de poca monta, ladronzuelos de encefalograma plano sobre los que nadie sospecharía siquiera que sepan contar hasta tres. Y ya no sólo preocupan aquellos que meten mano a las arcas públicas para hacer crecer su plan de pensiones particular, sino también aquellos que abusan de su poder como cargo público para satisfacer a amigotes y familiares. Y de esos hay muchos, y no hace falta irse muy lejos.
Qué decir cuando lo común es encontrar coches deportivos en aeropuertos sin aviones. Qué decir cuando incluso frivolizan, sin excesiva cortesía, sobre el asunto. En Castellón ya nada sorprende, ni siquiera que el alcalde de la ciudad lo vea como algo positivo e incluso se felicite. ¡De qué se quejarán, si al fin le hemos encontrado utilidad!, deberá pensar un lúcido Bataller. Que no les falte de nada a los amigos de la familia. Si tienen que probar sus coches de competición, ¡qué mejor sitio que la pista del aeropuerto! Y, claro, Fabra, buscando entre su manojo de llaves, y sin que le cueste aquello demasiado, se las sirve de buen gusto y con una embaucadora sonrisa. Qué más dará que la propietaria sea la Diputación, si la Diputación es como si fuera de Fabra. Como para que aparezcan los libios sin previo aviso y se encuentren con el panorama.
España es un país particular, qué duda cabe. Un país donde ni siquiera los políticos se ruborizan cuando se les pilla con las manos en la masa. Un país donde los políticos se sienten destinados a explotar el patrimonio público, en este caso el de los castellonenses, sin miramientos ni remordimientos. Puede que este no sea uno de los casos más polémicos que hayamos vivido en los últimos tiempos. Sin embargo, no es sino una muestra más de la decadente clase política actual, cuya absoluta perdición ha pasado por la profesionalización de su labor. Y si la clase política no es capaz de advertir su problema e iniciar un proceso de reciclaje, la tarea iniciada durante la Transición habrá fracasado. Al fin y al cabo, no puede existir una verdadera democracia si aquellos que la representan no demuestran ser dignos de ella.