TERROR A LO DESCONOCIDO

 No me equivocaré al afirmar que todos nos sentimos impactados ante las imágenes del atentado producido durante la última Maratón de Boston. Atónitos frente a lo acontecido, quién no se preguntaría qué pasaría por la cabeza de aquellos tipos para cometer semejante salvajada. ¿Qué motivo religioso, ideológico o patológico les condujo a detonar dos artefactos de fabricación casera cargados de metralla a pocos metros de la línea de meta, donde se encontraba amontonada una multitud de personas que disfrutaba de uno de los eventos deportivos más importantes de la ciudad?

Uno medita sobre las medidas de seguridad y prevención frente a estos asuntos, y las conclusiones son del todo difusas. Podría limitarse el aforo, registrarse a los presentes, introducir multitud de cámaras a modo de Gran Hermano. Y sin embargo, con toda seguridad, ello no impediría que esta índole de sucesos continúe produciéndose. Todavía más reseñable resultaría la pérdida de la esencia de esta clase de carreras, donde los ciudadanos se reúnen, expectantes, para admirar una competición en la que participan tanto vecinos como ciudadanos de todo el mundo y grandes deportistas profesionales. Al final, la única reflexión en claro que uno extrae es que este tipo de atentados son inevitables. Nadie puede controlar algo así. Quizá pudieran tomarse determinadas acciones para garantizar las seguridad de los allí presentes, pero de ningún modo debiera permitirse que ello repercuta en el perfecto desarrollo de una fiesta popular tan arraigada en una ciudad como Boston.

 Leía días atrás un artículo de Dennis Lehane, reputado escritor de novela negra criado en Boston —que, además, le sirve como fuente de inspiración—, y señalaba que los terroristas no saben con qué ciudad se han metido. Y no lo decía en un tono chulesco. Ni mucho menos. Se refería a la fuerza moral y física de los bostonianos, acostumbrados a superar todo tipo de obstáculos y barreras a lo largo de la historia de la ciudad. Lehane defendía el valor de los ciudadanos de Boston: si creen que algo así va a hacerles cambiar, están equivocados.

 Y no es que haya que ser ajeno a la catástrofe, sino que la población (y el país) debe seguir adelante. Recordar a las víctimas y olvidar a los culpables, de quienes los cuerpos de seguridad nacionales ya se han ocupado. Seguir adelante y mantener presente que el terrorismo interno no es un mal ajeno a los Estados Unidos. Todos los grandes países occidentales han sufrido en sus propias carnes atentados de organizaciones conformadas en sus propias fronteras. España ha vivido durante más de medio siglo los ataques de ETA, que dejaron por el camino más de 800 víctimas mortales. Alemania también sufrió los envites de las Facciones del Ejército Rojo. Francia e Italia tampoco son ajenas a estas bandas armadas; también el enfrentamiento entre el IRA y el gobierno británico duró décadas. Estados Unidos es una nación joven, todavía inmadura en estas cuestiones. Pero ello no debe llevar al pánico ciudadano, sino a la unión y a la prevención progresiva de esta clase de actos homicidas.

 De momento, la acción policial ha permitido colocar en fuera de juego a los dos principales acusados del atentado, culpables de la muerte de 3 personas —incluida la de un niño de 8 años— e hiriendo a otras 183. Mientras tanto, Boston, una semana después, todavía se recupera de la terrible conmoción del atentado. Como relataría Lehane, «la ciudad puede quedar aturdida, pero el espíritu continúa intacto».

JORGE RAYA

Estudiante de Periodismo en la Universidad Cardenal Herrera-CEU. Sin experiencia pero con vocación. Aficionado del cine, la música, la literatura y el fútbol cuando es auténtico. Será por la inocencia de mi juventud, pero todavía creo en el buen periodismo.

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