Una investigación dirigida por Eladio Collado, profesor del Departamento de Enfermería; Carlos Hernando, director del Servicio de Deportes, y Elena García, licenciada en Ciencias de la Actividad Física y el Deporte, especialista en Actividad Física y Oncología y alumna de doctorado, analiza los efectos del ejercicio físico entre las enfermas de cáncer de mama sometidas a tratamiento oncológico y, concretamente, su impacto sobre los efectos secundarios provocados por el mencionado tratamiento. Con el título BAFC, la investigación se inscribe en el marco del programa UJISABIO de colaboración entre la UJI y la Fundación para el Fomento de la Investigación Sanitaria y Biomédica de la Comunidad Valenciana (Fisabio). En el proyecto, que trabaja con un total de 60 mujeres, participan la doctora Ana Boldó por parte de Fisabio y del Hospital de la Plana, y los doctores Eduardo Martínez de las Dueñas y Alfredo Sánchez Hernández por parte del Consorcio Hospitalario Provincial (CHP) de Castelló, donde el segundo es jefe del Servicio de Oncología. El equipo se completa con la psicóloga clínica Mariló Temprado y la especialista en Oncología Ana Folch. Además, la iniciativa cuenta con el patrocinio de la Fundación Le Cadó contra el Cáncer de Mama de Burriana. El programa tiene el visto bueno de los comités deontológicos de la UJI y del CHP.
El origen de la investigación está en el proyecto de tesis doctoral de Elena García, codirigida por el mismo Eladio Collado y por Carlos Hernando. En la tesis «se trata de medir los beneficios del ejercicio físico en mujeres que están en tratamiento oncológico activo de cáncer de mama», como explica Collado. Hasta ahora, estos tipos de estudios se habían hecho con mujeres supervivientes de cáncer de mama, y la novedad es la incorporación del ejercicio físico en las etapas iniciales de la enfermedad, en mujeres recientemente sometidas a cirugía y en fase de tratamiento de quimioterapia, hormonoterapia, radioterapia o inmunoterapia. «El objetivo final es demostrar científicamente que el ejercicio físico es la primera medida no farmacológica por efectividad y que es un recurso que tendría que ofrecer personal especializado desde la sanidad pública, como un tratamiento más».
«Estamos evaluando cómo mejora su condición física (fuerza, resistencia y flexibilidad), además de su bienestar físico y psicológico, y a la vez, estudiamos cómo esta mejora repercute en que los efectos secundarios del tratamiento se vean mitigados», afirma Collado. El programa se puso en marcha hace dos años «y empezamos con el primer grupo de mujeres coincidiendo con la primera oleada de covid-19, pero como se encontraban inmunodeprimidas se tuvo que anular todo». Nueve meses más tarde se retomó el proyecto en línea, «con el hándicap que implicaba la edad de muchas de las mujeres, porque la más joven tiene 28 años, pero también hay de incluso 80», indica Collado, quien admite que la competencia digital «fue un problema al principio pero después ha ido fantásticamente bien» a través de sesiones de videoconferencia en streaming.
Otro gran beneficio del programa «es que trabajamos en grupos pequeños, de entre 8 y 10 personas, y entre ellas se han convertido en un grupo de apoyo mutuo muy potente», que ha generado uno de los grandes beneficios de la iniciativa: «Muchas mujeres que se incorporan al programa ya saben que les caerá el pelo, pero el hecho de ver a otras mujeres con peluca que les dan consejos reales, basados en sus propias experiencias, les ayuda mucho». Y lo mismo ocurre con su estado físico al inicio del programa de ejercicio: «En las primeras sesiones, donde coincide el ejercicio físico con el tratamiento sistémico y físicamente están más afectadas, el hecho de ver cómo sus compañeras de otros grupos avanzan en el entrenamiento y mejoran su condición física las motiva a entrenar cada semana».
Las pacientes reciben la propuesta de incorporarse al proyecto al superar la cirugía de su tumor, y cuando la aceptan se valora su estado físico y psicológico, para empezar a monitorizar su estilo de vida con un acelerómetro que llevan durante una semana. A continuación, reciben todo el material que necesitan para las sesiones (esterilla, mancuernas, gomas, pelota, picas…) y empiezan a conectarse a las sesiones de acondicionamiento físico dirigidas por Elena García, un mínimo de dos veces a la semana y un máximo de tres. La profesional especializada supervisa, personaliza y guía las sesiones teniendo en cuenta las variables clínicas, físicas y del entrenamiento (frecuencia, intensidad, volumen y tipo de ejercicio) siempre adaptando los ejercicios a cada paciente, corrigiendo posturas e individualizando el entrenamiento según las necesidades. Las participantes se vuelven a evaluar después de tres y seis meses, incorporando parámetros de información clínica y tratamientos proporcionados por el hospital. Las sesiones se adaptan a los niveles iniciales de cada una de las pacientes y al acabar, a los seis meses, «su condición física se incrementa exponencialmente, muchas se encuentran físicamente mejor que nunca, incluso mejor que antes de sufrir la enfermedad». Además, tres meses después de la finalización de las sesiones, se vuelve a citar a las mujeres para evaluar si los hábitos incorporados se han mantenido o se han perdido con el tiempo. COECS / UJI.